Es mucho ya el tiempo que llevo adentrándome en mi paraíso
particular. Son espacios que están ahí, como perdidos, cercanos, pero llenos de
un misterio de lejanía, donde los olivos te hablan en su lenguaje de
sufrimiento y de esperanza, generosos cristos de troncos retorcidos que saben
responder al golpe dando fruto y fruto en abundancia. Son lugares donde se
pueden escuchar la música callada y la soledad sonora que tan místicamente supo
definir nuestro frailecillo descalzo. Son balcones donde asomarse a un
horizonte de sierras violetas y cielos azules, en círculo, en abrazo a la
inmensidad del mundo y la pequeñez de lo que somos. Son paisajes vestidos de un
romanticismo perpetuo que te embriaga el alma de paz y de sosiego, al tiempo
que hace que la mente ascienda a los confines de las estrellas en un vuelo de
infinitos encuentros con quien eres, para luego descenderte a la llanura ataviado
de mayor humildad y más sabiduría.
Había, lo
confieso, una Úbeda que fue mía. Una Úbeda, Dama de Sueños, que pese a los
intereses creados, los malos gobiernos, las especulaciones insaciables y la
siembra de plagiadores protagonistas que la venían poco a poco desvistiendo de
su túnica de originalidad al tiempo que lijaban su pátina de antigüedad
sorprendente, se mantenía bella y confidencial. Una Úbeda en la que me sentía feliz
de ser uno de sus grandes amantes, a sabiendas incluso de que yo no era para
ella ni tan siquiera el más pequeños de sus favoritos. Pero su corte de
guardianes aduladores y arrogantes, tan vanidosos como envidiosos, ya no
fingieron más y la desnudaron en muy poco tiempo de su gloria mágica para
vestirla con el vestido del viejo rey desnudo, aunque para ello tuvieran, entre
otras muchas barbaridades, que arrancarle sin contemplaciones el corazón con
máquinas depredadoras para poner en su lugar un parking espantoso. Y le
cambiaron los ojos que antes eran dorados como el sol, y su mirada se torno
entonces fría y calculadora. La adornaron sin más con velos traídos del oriente
sevillano y malagueño, así como con tules de lugares vistosos que sólo adoraban
al dios moneda. Y cada amanecer aparecía más turística y folclórica, más pintoresca
y festivalera, más anacrónica, maquillada además de leyendas para bobos... Y
sin darme cuenta, empujado por una especie de golpe de estado de sus propios
guardianes falsamente innovadores, maestros del plagio, triste por tanta apatía
colectiva, decepcionado ante la traición de algunos amigos que no lo eran, cansado de una política de egocentrismos, una
cultura propia contracorriente y una religiosidad poco evangélica..., dejé de verla, mejor, dejé de habitarla.
Le regalé entonces mis versos más profundos y me exilié en otro territorio
desde donde la podía seguir sintiendo y amando sin que me rozara su piel, ahora
mucho más oculta, de muchacha asombrosa.
Y desde ese
exilio escribo. Exilio que a veces es de distancia física y casi siempre de
distancia de ausencia consentida. Estoy aquí, pero no vivo en ella. Y, en su
recuerdo, deambulo a su alrededor por el camino de la Carralancha , de la Vía y otras muchas veredas sin
nombre, por las que cruzo pilares, traspaso riachuelos, paso túneles, transito
pendientes, asciendo cerros..., senderos
por los que me pierdo con un sombrero en la cabeza y una caña en la mano, sin
más, libre, completamente libre, anónimo, con las alas abiertas a la aventura
de encontrarme conmigo mismo.
Son caminos
de los alrededores de Úbeda, caminos todavía especiales del sureste, caminos de
fríos y calores, sequedades y lluvias, caminos desde los que veo, casi siempre
al atardecer, el valle, las montañas, los cielos de mil colores..., y desde los
que contemplo, perdido en el mar de olivos, a mi Úbeda del alma hecha barco,
soñando que viene a mi encuentro para abrazarme y llevarme con ella al puerto
de la autenticidad de un pasado que se hace futuro eterno sin perder su
identidad de hermosa mujer de sueños.
Te comprendo, Ramón, te comprendo. Lo que dices es verdad: han roto el corazón y los ojos, que eran soles. Esos ojos, los vi, hace un mes en Sevilla ...luces de sol; en la giralda, en el Alcázar, en la Catedral. Pero..., aún hay ubetenses que piensan y ven como tú ( mi hermano Juan de Dios vico...y muchos más; y El Salvador permanece hermoso en su sitio, y el palacio de las cadenas, y la Colegiata - sin el ciprés de don Marcos...aún nos queda un poco de esperanza...Querido Ramón, aún sabiendo que llevas toda la razón en lo que bellamente dices, yo te animo ( te veo en mi mente en los portalillos de la plaza, junto a Jesús Maeso, a Juanito Martínez, a mí...,años 68, 69...)a que te reconcilies con tu, nuestra asombrosa Ciudad. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminar