Andamos en un frente de batalla. Salimos de la trinchera y
corremos hacia delante sin saber muy bien qué objetivo queremos alcanzar.
Frente a nosotros hay una niebla desde donde se nos disparan balas que no vemos
pero sentimos, escuchamos y palpamos, sobre todo al ver cómo a nuestro lado van
cayendo quienes nos acompañan, quienes corren a lo largo del horizonte porque
alguien nos ha dado la orden de avanzar y una vez puestos en pie ya no podemos
volver atrás. Adelante, siempre adelante. A veces, alguna metralla nos hiere y
caemos, pero alguien nos ayuda y volvemos a levantarnos y a seguir corriendo
hacia el asalto final que nunca alcanzamos. Yo, como todos, ando en esta
guerra. Corro de frente con la esperanza de no ser el alcanzado. Algunos días
miro a mi alrededor y veo cómo, un poco lejos, cae un joven. O uno ya mayor
algo más próximo. Pero algunas veces, cae también alguien a quien amo de manera
especial, alguien que viene muy cerca de mí, que me acompaña, con quien
comparto palabras, sueños, pan, besos, esperanzas… Y de vez en cuando veo
igualmente caer a alguien que, estando a mi lado mucho tiempo, un día decidió
atacar por otro espacio, por otro flanco, alejándose…
Y eso me sucedió el otro día. Yo anduve corriendo hace algún
tiempo en la lucha al lado de un hombre activo, servicial, bueno de corazón,
inteligente, comunicador, creativo… El padre trinitario Isidro Hernández. Nos
dimos la mano y cruzamos una lluvia de proyectiles que no pudieron con
nosotros. Compartimos ilusiones, proyectos, viajamos juntos por España, Italia
y Argentina, representamos teatros, participamos en actos culturales y hasta hizo
que nos recibiera el Papa, hoy santo, Juan Pablo II… Fueron meses hermosos…
Luego… Bueno, luego él continuó su lucha personal por otros territorios, cruzándonos
sólo en contadas ocasiones…, hasta que no volvimos a vernos.
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