Que España es un país de corruptos no puede negarlo nadie.
Que también hay muchas personas honestas y justas, no cabe duda. Pero a mí lo
que más me preocupa es que no se tomen las medidas necesarias y precisas para
que aquéllos que han cometido el delito de apropiarse de lo indebido no acaben,
no sólo cumpliendo condena, sino devolviendo hasta el último céntimo. “Usted,
hasta que no devuelva todo lo robado no pueda salir a la calle.”
Pero también aquí tengo que hacer un inciso. Igual de severo
que debe ser el castigo para el ladrón, deber serlo para aquél que, movido por
el odio, la venganza o la maldad, levante un falso testimonio y una calumnia contra
quien tiene las manos limpias y nada ha quitado a nadie.
Lo digo por la prensa, tan dada a la difamación y al
sensacionalismo. Capaz de lanzar al aire noticias injustas y falsas con tal de
dañar a quien no se ha rendido a sus pies, no entra en su juego de intereses o
le hace algún tipo de sombra. Y lo digo, igualmente, por aquellas personas que,
en los pueblos, dicen falsedades de éste o aquél, adjetivándolo de infundios,
lanzando al aire, en modo parecido a lanzar las plumas negras de una gallina
por las calles, difamaciones e injurias, para luego, como le dijo que hiciera aquél
santo sacerdote a un difamador que fue a confesarse, fuese días después a recogerlas.
“¡Imposible!” Respondió. Pues igual de imposible es de reparar una calumnia lanzada,
y más cuando el propio calumniador no sólo no se arrepiente sino que sigue
alardeando de su mentira y su maledicencia. Aunque este tipo de personas son
muy tristes, porque ya llevan en el pecado la penitencia, y la lengua, si se
fijan bien, manchada de cieno venenoso con el que han de tener cuidado para no
mordérsela, porque de hacerlo acabarán amortajados por su propio veneno.
La corrupción verdadera no se puede consentir. Y no ha de
ser el hecho de acabar con ella sólo cosa de políticos, sino de los ciudadanos,
de todos los ciudadanos, de todos los hombres y mujeres que componen la
sociedad. Lo que no puede ser es que sabiendo y teniendo pruebas de que alguien
es un malhechor y un mangante, amigo de lo ajeno, lo ocultemos, hagamos como
que miramos para otro lugar e incluso lo alabemos. Porque cuando la corrupción
no se ataja y se corta con la hoz de la justa coherencia, la cizaña crece más
que el trigo y aflora más la corrupción.
Y en España está pasando esto. Y al no cortarse la
corrupción como es debido, al no aniquilarla de un tajo, hace que broten
corruptos y vivales por todos sitios. Y prueba de ello es que los partidos
tradicionales siguen llevando en sus litas a políticos basura. Y los nuevos…,
bueno, los nuevos partidos es ya el colmo, porque a éstos se han arrimado no
sólo los pillos, vivales y sinvergüenzas para ver si, ante su espesa
mediocridad, se hacen con un puesto y viven, como sanguijuelas, a costa de los
demás, sino a pícaros y descarados que ya van con la clara intención de robar a
manos llenas, porque está visto que aquí somos muy estrictos con los
desgraciados que hurtan un pan para que coman sus hijos, pero muy blandos, blandísimos
con los poderosos y los que nos gobiernan… Y si no que se lo pregunten a
Urdangarín, la infanta Elena, Camps, Blanco, los Puyol, Bárcenas, Matas, Rato, Viera, Fernández, Lanzas… y tantos y tantos que ya hasta hemos olvidado sus nombres. Y
ahí está la clave del corrupto. Clave que además enseña el camino a los corruptos
que son y quieren serlo: vivir mientras no me pillen, y si me pillan a aguantar
la tormenta hasta que pase el chaparrón y después a disfrutar a pleno sol de la
cómoda playa de las ganancias. Y que me quiten lo bailao.
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