Es para
sentir escalofríos. Porque ver la capilla del antiguo Hospital de Santiago de
la ciudad de Úbeda abarrotada de público, puesto en pie, aplaudiendo a lo largo
de varios minutos a quien es un genio universal de la canción, con la Medalla
de Oro de la Ciudad en el pecho y el título de Hijo Predilecto a sus pies, es,
cuando menos, para temblar de emoción y de gozo.
Joaquín Sabina, el hijo pródigo, se ha
reconciliado con su pueblo, dicen muchos titulares de prensa. Joaquín Sabina, la oveja negra, el golfo, el
descastado, el bohemio y el exiliado, como él dijo de sí mismo en el
discurso de agradecimiento, era ahora el repatriado convertido en cordero de
nieve. Y todo, porque quien se marchó dado un portazo, siendo un joven alocado
y perdido en su maraña de sueños, ahora es un cantante internacional y un poeta
de éxito… Y ya saben, los pueblos siempre están del lado de los triunfadores.
Yo
no pude entrar en el recinto, no había entradas. Pero lo presencié por Diez TV.
Y de todo, lo que más me gustó fue ver que, entre quienes aplaudían, de pie y a
rabiar, al flaco de la libertad, había algunos de los que más lo han criticado y
despreciado por ser una pieza imposible de encajar en el puzle de sus propias
convicciones inviolables.
Y
todo porque siempre han mirado al Sabina montaje y no al Martínez verdadero. Un
Martínez que nunca, digan lo que digan, ha sido un hijo pródigo, sino más bien
un hijo empujado por el río de las circunstancias que a cada uno nos toca y nos
arrastra mojándonos de los colores que lleva el agua por más que intentemos
impedirlo. Un Joaquín orgulloso, peso a todo, de su padre, como su padre lo
estaba de él cuando no era nada y andaba cantando por los espacios miserables
de los perdidos. A mí mismo me lo confesó mientras me dejaba un cuaderno de
poemas de su pequeño para que lo leyera y le publicara alguno en la revista
IBIUT. Un Joaquín que regresaba a Úbeda cuando podía, como esa vez que yo lo vi
llevar a su madre cogida del brazo a la iglesia para que le rezara a la Virgen
de Guadalupe. Un Joaquín que ha paseado más de una vez, en silencio, sin que
nadie lo viera, por las nocturnas calles melancólicas de aquí… Un Joaquín que,
pese a que parezca lo contrario, no sabe vivir sin pensar en Úbeda, en los
romanos, la Soledad, la madrugada morada, el cine, los portalillos, su paseo del Mercado, la
plaza de Santa María, su casa… Como no puede vivir sin dejar de respirar, pese
a su ateísmo gracias a Dios, por los sentimientos cristianos que le
infundieron. No tienen más que escuchar atentamente su amplio álbum
discográfico para comprobar que rara es la canción que no expone algún matiz
religioso: Con flores a María, la
cofradía del Santo Reproche, Virgen de la Amargura, fiestas de guardar, santo
sin paraíso, ni carne ni pecado, tenemos la duda y la fe, costalero en Sevilla,
suspenso en religión, negaría el Santísimo Sacramento, veranillo de san Martín,
no permita la Virgen que tengas poder, besos de Judas… o el hijo de un dios una
vez que la vio se fue con ella…
Genial
todo. Un gozo el escucharlo porque hay arte en sus canciones, vida, realidad,
misterio, magia, literatura, pura poesía.
La
señora alcaldesa se ha apuntado un gran tanto con este nombramiento, pero sobre
todo, el pueblo de Úbeda se ha apuntado el tanto de no quedar en ridículo ante
la Historia. Ahora sólo hace falta que los homenajes no cesen y se le ponga su
nombre a una calle, y se haga un museo dedicado a su figura (material para ello
hay más que suficiente, pues él mismo está dispuesto a dejar mucho de lo que
posee), y se le haga también un monumento, en broce, a pie de calle, con su
guitarra y su bombín, para que la gente se haga fotos a su lado.
Que
los homenajes no cesen, porque Joaquín Ramón Martínez Sabina, el demonio con
alas negras que cuenta andaba casi de espaldas con su pueblo, casi ignorándose,
se la jugó a las cartas con la vida… y ha ganado convirtiéndose en ángel con
alas blancas. Por ello, yo, desde el salón de mi casa, me uní a los aplausos
puesto también en pie, conmovido. Y todavía sigo aplaudiendo dejándome llevar
por esa admiración al artista que no puedo evitar porque me brota del
corazón.
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