me dispongo a salir en romería.
Llevo un blanco sombrero hecho de
luna
y un cayado de plata evangelista.
Llevo un zurrón de versos que no
pesan.
Cíngulo de humildad. Pobres
sandalias.
Un corazón latiendo a dulce
fiesta.
Y una medalla al cuello que me
ampara.
Salgo de aquí, del sur, de entre
los cerros.
De esta ciudad de luz
renacentista
con torres elevadas a los cielos
y piedras de bellezas
infinitas.
Salgo de aquí, romero hacia mí
mismo.
Salgo de aquí, de Úbeda, mi
pueblo,
con los ojos abriéndome el camino
y el alma transitada hacia lo
eterno.
Cruzo campos de olivos y
arroyuelos.
Paisajes de elegancia. Sombras
claras.
Y veo venir a un ángel sobre el
viento
y a Dios Amor ardiendo entre las
zarzas.
Y ya me queda poco, apenas nada.
Y aunque surcan mis pasos las
malezas,
campo a través y solo, no me
pierdo.
Tengo el Guadalquivir por
referencia.
Y al cruzarlo y bañarme en sus
asombros,
al alzar la mirada, te contemplo:
ahí ya tú, Mengíbar, pueblo
hermoso,
acuarela inmortal hecha de
sueños.
Y hacia ti que aligero, abro mis
brazos
buscando se hagan alas para el
vuelo.
Quiero tenerte ya para el abrazo,
para clavarte al fondo de mi
pecho.
Tres pasos más y ya, ya estoy
contigo,
gozando de tu Historia tan
antigua,
haciéndome atalaya en tu castillo
y león en tu escudo y en tu vida.
Y te alcanzo, y te toco, y te
venero.
Ya he arribado por fin donde
quería.
Ya he llegado a Mengíbar. Ya te
tengo.
Ya te has quedado en mí mientras
que viva.
Allí, donde partí, quedaron soles
de valor sin medida, monumentos,
calles, plazas, murallas,
torreones,
iglesias, palacetes y conventos…
Igual allí, el arcángel San
Miguel,
y San Juan de la Cruz, y el
Nazareno,
Y una Virgen así: gota de miel.
Y un Yacente que abrasa por
adentro…
Allí, en esa Úbeda que quiero,
me dejo todo ello y mucho más.
Me dejo de mi vida un libro
entero
y un puñado de tierra en que
enterrar.
Pero aquí encuentro yo algo
especial.
Aquí en Mengíbar hallo amor y fe,
y aromas de poesía y de amistad,
y música y respeto y
sencillez.
Y hombres y mujeres que trabajan
buscando el blanco pan de cada
día.
Y luchas y sudores y esperanzas,
y llantos e ilusiones y alegrías…
Y encuentro al buen San Pedro por
Patrón
junto a Santa María Magdalena.
Y a Jesús el Señor, y a San Antón.
Y encuentro sobre todo a la que
es reina,
y señora y auxilio y primavera…
A la que es espiga hecha de sol,
la luz de luz, la más brillante
estrella,
la dulce y celestial Madre de
Dios:
¡LA VIRGEN DE LA CABEZA!
No hay comentarios:
Publicar un comentario